Neolife, en la Razón.
“Hace cosa de cuatro años tuve un golpe de suerte: la Clínica Neolife se cruzó en mi vida. Nunca mejor dicho, porque ésta, a partir de ese momento, mejoró, y sigue haciéndolo. Me sometí entonces a un chequeo minucioso, que no dejó ningún rincón de mi cuerpo por revisar, y modifiqué, siguiendo los parámetros de esa prospección, los ingredientes y las dosis de mi ya por aquel entonces archiconocido elixir de la eterna juventud (véase al respecto Shangri-La, Planeta, en el que lo cuento todo). Decir que Neolife es una clínica de antienvejecimiento equivale a quedarse corto. Lo es, sin duda, pero yo añadiría que además lo es de rejuvenecimiento. A las pruebas me remito. Los telómeros son el único indicador exacto de la edad biológica que la ciencia médica tiene hoy a su disposición. Su longitud, su estado y su evolución son los principales sumandos de esa medición. Los míos han mejorado notablemente desde que confié mi salud a los profesionales de Neolife. Ya di cuenta de ello hace unos meses en esta misma columna. Me he quitado unos cuantos años de encima. Bastantes, a decir verdad. Navego hoy hacia las fuentes en vez de hacerlo hacia la desembocadura. ¿Milagro? No. Ciencia: la de la búsqueda del bienestar físico, que de poco sirve si no va acompañado por el metafísico (la psique, la conciencia, el espíritu, el sentimiento, el pensamiento, la filosofía), pero que es condición de obligado cumplimiento para que cuadren las cuentas de la plenitud corporal y de la felicidad emocional. Sugiero a los responsables de Neolife que coloquen en el frontispicio de sus redes (hay ya, que yo sepa, dos, madrileña una y marbellí la otra) la frase latina con la que Dante, que aun no había escrito La Divina Comedia, definió el momento en que una muchacha florentina se cruzó con él en el Ponte Vecchio sobre el Arno: Incipit vita nova, dijo… “Comienza una nueva vida”. […]