Una persona estresada tiene más posibilidades de presentar un infarto agudo de miocardio o un infarto cerebral, que una no sometida a esta situación.
El estrés supone una situación de amenaza para la homeostasis de nuestro organismo, el cual reacciona estableciendo una serie de respuestas enfocadas a reestablecer el equilibrio. Cuando el estrés se encuentra de forma mantenida en nuestras vidas, las respuestas se perpetúan, dando lugar a anomalías en el funcionamiento de nuestras células.
Dr. Moisés De Vicente – Equipo Médico Neolife
Existen numerosas publicaciones que relacionan el estrés con un aumento en el riesgo cardiovascular.
El estrés ha entrado en nuestras vidas, y ha venido para quedarse. El ritmo de vida actual hace que la mayoría de nosotros nos encontremos sometidos a una alta carga tensional. Es cierto que antiguamente sufríamos de estrés, pero venía dosificado en pequeñas píldoras. Uno podía tener estrés en el trabajo, pero una vez que salía de allí, podía olvidarse de todo y relajarse, cargando pilas para la siguiente jornada laboral.
No solo eso, el estrés prácticamente quedaba confinado a un lugar o unos momentos muy concretos. Sin embargo, hoy en día esto ha cambiado de forma radical. No hay un momento en nuestro día a día en que no estemos sometidos a presión. Desde que salimos de casa hasta que volvemos por la noche. Y en muchos casos, y gracias a las tan bienvenidas nuevas tecnologías, incluso en nuestro propio hogar y en horario de descanso no podemos desconectar del todo.
Parece casi imposible vencer la tentación de revisar nuestro correo antes de dormir, o conectarnos a redes sociales, o estar pendiente de si hemos recibido un nuevo mensaje de la oficina. Para colmo, trasladamos este estrés a nuestros propios hijos, sometiéndoles a interminables jornadas cargadas de clases extra. Incluso, llega el fin de semana y, como para poder exprimir nuestro tiempo de ocio al máximo, apretamos la agenda de viernes tarde a domingo para poder realizar el máximo número de planes que nos sea posible, lo que no es más que otra forma de estresarnos.
Existen ya numerosas publicaciones que relacionan el estrés con un aumento en el riesgo cardiovascular. Una persona estresada tiene más posibilidades de presentar un infarto agudo de miocardio o un infarto cerebral, que una no sometida a esta situación. Es cierto que la presencia de factores aterogénicos es lo que claramente se ha vinculado a la presencia de enfermedad cardiovascular. Pero también es conocido que estos factores por si mismos no explican todos los eventos ni todos los casos (1).
Asimismo, se encuentra vinculado a la aparición de estos factores de riesgo vascular. Es decir, no solo es un factor independiente de evento, sino que también se relaciona con la aparición de los factores de riesgo clásicos, como por ejemplo el síndrome metabólico. Este síndrome se caracteriza por la combinación de obesidad central, resistencia insulínica, dislipemia e hipertensión. Su incidencia ha aumentado de forma exponencial en las sociedades del primer mundo, al igual que la presencia de estrés en estas poblaciones (2), siguiendo dos curvas muy semejantes.
Incluso, se ha postulado que puede ser un detonante perfecto para alterar el funcionamiento de nuestro sistema inmunitario. De esta forma, se encuentra vinculado a numerosas patologías autoinmunes e incluso se ha relacionado, aunque sin evidencia concluyente, con la aparición de algunos tipos de tumores (3).
El estrés supone una situación de amenaza para la homeostasis de nuestro organismo. Nuestro cuerpo reacciona estableciendo una serie de respuestas enfocadas a reestablecer el equilibrio homeostático. La integridad del eje hipotálamo, hipófisis y glándulas adrenales es indispensable en esta lucha por la vuelta a la estabilidad. Cuando se trata de episodios puntuales, se trata de una respuesta fisiológica, beneficiosa, incluso podríamos decir fundamental para nuestra supervivencia. Cuando el estrés se encuentra de forma mantenida en nuestras vidas, las respuestas se perpetúan, dando lugar a anomalías en el funcionamiento de nuestras células.
Recientemente se ha publicado un artículo donde relacionan la existencia de ansiedad al llegar a la década de los 40 años, secundaria a este tipo de estrés mantenido, a la aparición de demencia en la vejez (4). Concretamente, pudieron relacionar la aparición de demencia en pacientes que 10 a 15 años antes habían sufrido estrés en grado elevado.
La glándula suprarrenal produce una serie de metabolitos corticoideos que tienen receptores distribuidos de forma global por todo nuestro cerebro. Sin embargo, existen unas zonas específicas a nivel de nuestro sistema límbico y a nivel de nuestra región cortical que juegan un papel fundamental a la hora de nuestra adaptación al estrés. Cuando éste se mantiene de forma prolongada, se producen una serie de cambios a nivel de la plasticidad neuronal (atrofia dendrítica y disminución de la estimulación sináptica entre neuronas) que conllevan una serie de modificaciones en el comportamiento (5). El cómo estas vías metabólicas conducen a la aparición de demencia está todavía por vislumbrar, pero lo cierto es que son un hecho.
Por lo tanto, y visto lo visto, es necesario cambiar. Si continuamos sometidos a esta presión la válvula de escape terminará por estallar. Bien sea en forma de infarto o bien en forma de demencia, tarde o temprano nos va a pasar factura.
En Neolife, somos capaces de medir de forma rigurosa el riesgo cardiovascular y, además, detectar la presencia de algún síntoma de pre-demencia con un estudio neurocognitivo completo. En aquellos pacientes que presenten algún indicio de estas patologías será imprescindible un correcto abordaje del estrés como terapia complementaria para lograr un mayor éxito en nuestro principal objetivo: la prevención de las enfermedades relacionadas con el envejecimiento. También son de utilidad, determinados suplementos nutricionales que aportan triptófano. Esta molécula es un precursor de la serotonina que permite regular los estados de ánimo y ayudarnos así en la gestión del estrés.
BIBLIOGRAFÍA
(1) Kyrou I, Chrousos GP, Tsigos C. Stress, visceral obesity, and metabolic complications. Ann NY Academi Science. 2006 Nov;1083:77-110.
(2) Innes KE, Vincent HK, Taylor AG. Chronic stress and insulin resistance-related indices of cardiovascular disease risk, part I: neurophysiological responses and pathological sequelae. Alternative Therapy Health Medicine. 2007 Jul-Aug;13(4):46-52.
(3) Hassett AL, Clauw DJ. The role of stress in rheumatic diseases. Arthritis Res Ther. 2010;12(3):123. Epub 2017. Doi:10.1186/ar3024.
(4) Gimson A, Schlosser M, Huntley JD, Marchant N. Support for midlife anxiety diagnosis as an independent risk factor for dementia: a systematic review. BMJ Open 2018;8:e019399. doi:10.1136/bmjopen-2017-019399.
(5) Radley JJ, Morrison JH. Repeated stress and structural plasticity in the brain. Ageing Res Rev. 2005 May;4(2):271-87.