Vitamina D en la Menopausia


La importancia de mantener niveles óptimos de vitamina D después de la menopausia.

La disminución de las hormonas sexuales femeninas provoca fragilidad y pérdida de la masa ósea, lo que aumenta el riesgo de desarrollar osteoporosis y fracturas, algo habitual en mujeres mayores de 50 años. No obstante, vamos a ver cómo podemos minimizar este impacto en la salud ósea de las mujeres.

Dr. César Montiel – Equipo Médico Neolife


La menopausia es una etapa vulnerable, desde el punto de vista nutricional, porque el gasto energético disminuye (por cambios decomposición corporal y descenso de la actividad), mientras que las necesidades de algunos nutrientes como la vitamina D aumentan (1, 2). La pérdida de función ovárica tiene un profundo impacto en la salud ósea femenina. La disminución en la densidad mineral ósea se acelera en el año previo al último periodo menstrual y en los dos años siguientes (5). Aunque la etiología de la osteoporosis es multifactorial, la ingesta de vitamina D, a partir de la dieta y suplementos, parece tener un impacto clave en el mantenimiento de la densidad mineral ósea, prevención de fracturas y de caídas (3-4).

La vitamina D tiene un papel central en el metabolismo del calcio, por lo que el aporte adecuado, ya sea a través de la dieta o por síntesis cutánea en respuesta a la luz solar, es esencial para la salud durante toda la vida. La hormona paratiroidea o parathormona (PTH) regula la producción de 1,25 dihidroxivitamina D y la formación de la forma activa de la vitamina D necesaria para la homeostasis del calcio. La insuficiencia crónica de vitamina D conduce a un hiperparatiroidismo secundario con aumento del recambio óseo, pérdida progresiva del hueso y el aumento del riesgo de la fractura por fragilidad (5, 6).

Vitamina D y la menopausia

La prevalencia de la deficiencia de vitamina D en la población general y en especial en las mujeres post-menopáusicas es importante, por lo que es considerada actualmente como un importante problema de salud pública. Esta deficiencia podría tener consecuencias claves no sólo para la salud ósea, sino que posiblemente podría tener un papel en las enfermedades autoinmunes, neoplásicas, infecciosas y cardiovasculares (6-7).

La vida moderna ha supuesto para las mujeres, desde el punto de vista metabólico, un aumento en la prevalencia de enfermedades como la obesidad, la resistencia a la insulina y la diabetes mediadas por el aumento de la cantidad de grasa visceral. La alimentación rica en calorías, el sedentarismo y todos los hábitos de vida poco cardiosaludables de nuestra vida urbana han contribuido a este aumento de patologías que a la larga aumentan de una manera dramática el riesgo de padecer un evento cardiovascular.

En el área urbana, un 50% de las mujeres mayores de 50 años padecen este Síndrome Metabólico. Esto significa que la mitad de las mujeres padecen un exceso de grasa visceral a nivel abdominal.

Por otra parte, la deficiencia de vitamina D está considerada como el problema médico más frecuente a nivel mundial, intensificándose después de la menopausia (un 65% de las mujeres postmenopáusicas tienen déficits severos de vitamina D).

Recientes estudios (1, 2) relacionan el déficit de vitamina D con la aparición de enfermedades crónicas como la Hipertensión Arterial, diabetes tipo 2, etc, que aumentan de una manera exponencial el riesgo vascular de los pacientes. En el extremo opuesto, aquellos pacientes con niveles altos de vitamina D presentan una tasa de eventos cardiovasculares hasta un 51% menor que la población normal.

Existe un metaanálisis con más de 210000 pacientes que confirma un aumento del riesgo de un 20% para estas patologías cardiometabólicas.

En enero de 2018, la revista Maturitas publicaba un estudio de cohortes con 463 mujeres postmenopáusicas en el que se apreciaba que aquellas con niveles bajos de vitamina D presentaban un riesgo mayor de padecer síndrome metabólico, hipertrigliceridemia y niveles bajos de c-HDL (colesterol bueno), y que ese riesgo era mayor que el de la población con niveles bajos de vitamina D, es decir, en mujeres postmenopáusicas el efecto de los niveles bajos de vitamina D era más acuciante.

Estos resultados concuerdan con las conclusiones obtenidas en investigaciones anteriores (3, 4), e incluso en el WHI, en el año 2002 ya se hacía mención a una posible correlación entre los niveles bajos de vitamina D y la aparición de eventos cardiovasculares. En estos estudios, en general, se observa de una manera lineal y exponencial, que a medida que disminuyen las cifras de vitamina D va aumentando el riesgo, de manera independiente, de que aparezcan factores de riesgos vasculares previamente mencionados.

Los mecanismos fisiopatológicos que pueden explicar esta asociación son múltiples. Puede ser que lo más lógico, y además lo que tiene mayor base científica, sea que la vitamina D tenga una influencia crucial tanto en la secreción de la insulina por parte de las células beta de los islotes pancreáticos de Langerhans, como en la sensibilidad a dicha insulina por parte de los receptores situados en las células del músculo esquelético y en los adipocitos. Al disminuir la concentración de vitamina D estos mecanismos se verían alterados, y darían paso a una menor producción de insulina con una mayor resistencia a su acción en la periferia, que es lo que desencadena el síndrome metabólico.

El déficit de vitamina D afecta a la capacidad de la célula beta pancreática de convertir la pro-insulina en insulina. Con respecto a la sensibilidad a la insulina, la vitamina D regula los niveles de calcio en el espacio extracelular tanto de la fibra del músculo esquelético como del adipocito, lo que facilita la acción de la insulina a ese nivel. El déficit de vitamina D aumenta la resistencia a la acción de la insulina.

En estos estudios se considera deficiencia de vitamina D niveles por debajo de 30ng/ml, y deficiencia grave por debajo de 20ng/ml. Por encima de 30ng/ml se considera suficiente, sin embargo, numerosas publicaciones demuestran la necesidad de alcanzar concentraciones de vitamina D en torno a 50-60ng/ml, evitando así la posibilidad de sufrir alguna de las consecuencias del déficit de esta vitamina.

En Neolife, como con el resto de biomarcadores que estudiamos en nuestros pacientes, tratamos a nuestros pacientes para que alcancen niveles de vitamina D en rango de excelencia que disminuya la posibilidad de la aparición de enfermedades metabólicas, previniendo así la posibilidad de aparición de eventos cardiovasculares. Además, con una dieta adecuada, ejercicio físico regular y la cantidad diaria necesaria de calcio y vitamina D, podemos minimizar el impacto de la reducción de estrógenos en la salud ósea de las mujeres después de la menopausia.


BIBLIOGRAFÍA

(1) Navia B, Ortega RM. Ingestas recomendadas de energía y nutrientes. En: Nutriguía. Manual de  Nutrición Clínica en Atención Primaria. Capítulo 1. Requejo AM, Ortega RM eds. Madrid: Editorial Complutense. 2006; 3-14.

(2) Riobó P. Mujer adulta y menopausia. En: Nutrición en población femenina: Desde la infancia a la edad avanzada. Ortega RM, ed. Madrid: Ediciones Ergón. 2007; 93-100.       

(3) Lowe NM, Ellahi B, Bano Q, Bangash SA, Mitra SR, Zaman M. Dietary calcium intake, vitamin D status, and bone health in postmenopausal women in rural Pakistan. J Health Popul Nutr 2011; 29 (5): 465-70.

(4) Boucher BJ. The problems of vitamin d insufficiency in older people. Aging Dis. 2012; 3(4): 313- 29.

(5) Melton LJ, Chrischilles EA, Cooper C, Lane AW, Riggs BL. Perspective. How many women have osteoporosis? J Bone Miner Res. 1992; 7:1005–10.

(6) Lips P, Hosking D, Lippuner K, Norquist JM, Wehren L, Maalouf G, et al. The prevalence of vitamin D inadequacy amongst women with osteoporosis: an international epidemiological investigation. J ntern Med. 2006; 260(3):245-54.

(7) Ahmadieh H, Arabi A. Vitamins and bone health: beyond calcium and vitamin D. Nutr Rev 2011; 69 (10): 584-98.